martes, 5 de agosto de 2008

El 7° mandamiento

El Séptimo Mandamiento
"No cometerás adulterio."
Por medio de este mandamiento Dios ordena a los esposos guardar fidelidad mutua y a los solteros que vivan castos, es decir puros en sus actos, palabras, pensamientos y deseos. Para no pecar contra el séptimo mandamiento es necesario evitar todo aquello que incite sentimientos impuros como ser: el lenguaje soez, los cuentos subidos de tono, canciones y bailes indecentes, la observación de películas o fotografías excitantes o la lectura de publicaciones amorales. Durante el sermón de la montaña, el Señor explica el séptimo mandamiento diciendo: "Cualquiera que mira una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón" (Mt. 5:28).
Para evitar los deseos impuros hay que interrumpirlos en el momento mismo en que surgen, sin permitir que se adueñen de nuestros sentimientos y voluntad. El Señor, como absoluto conocedor del corazón humano, sabe qué difícil es luchar contra las tentaciones carnales y por eso nos enseña a ser decididos y despiadados para consigo mismo cuando aquellas llegan: "Si tu ojo derecho te fuere ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno" (Mt. 5:29). Lo expresado en forma alegórica, puede ser parafraseado como sigue: si alguien te es tan caro como tu propio ojo o mano, pero te está tentando, corta de inmediato toda relación con tu tentador; es preferible perder su amistad, su favor y no la vida eterna. En cuanto a la obligación de los cónyuges de guardar recíproca fidelidad, nuestro Señor Jesucristo ha dicho: "Lo que Dios ha unido el hombre no lo separe" (Mt. 19:6).
Un pecado gravísimo contra el séptimo mandamiento es la homosexualidad, que los depravados siempre tratan de justificar. El apóstol San Pablo fustiga sin compasión este vergonzoso pecado, en el primer capítulo de su epístola a los Romanos (Ro. 1:21-32). Las antiguas ciudades Sodoma y Gomorra fueron destruidas por Dios precisamente a causa de este pecado (Gn. 19:1-28; Jud. 1-7).
Con respecto a la licencia carnal, las Escrituras advierten: "El que fornica peca contra su propio cuerpo ... Mas a los fornicadores y a los adulterios juzgará Dios" (I Co. 6:18; He. 13:4). La vida desenfrenada altera la salud y debilita las aptitudes anímicas del hombre especialmente su imaginación y la memoria. Es preciso guardar nuestra pureza moral pues nuestros cuerpos son "miembros de Cristo y Templo del Espíritu Santo."

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