viernes, 31 de julio de 2009

MINISTERIO MUNDIAL UNIDOS EN CRISTO


ministerio mundial unidos en cristo


EL SACRIFICIO MÁS EXCELENTE

"Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jeho­vá con agrado a Abel y a su ofrenda.» GÉNESIS 4:4.

Han pasado muchos años desde que la tierra embebió la sangre de Abel. La suya fue la primera de las tumbas. Pero no ha quedado en silencio. Su fe ha adquirido una voz eterna. El tiempo no puede acallar su eco de admo­nición solemne. "Y muerto, aún habla por ella" (He­breos 11:4).
Esto es lo que nos narra el cielo. Seguramente debe haber mucho de gran valor en este testimonio, cuando resuena de edad en edad. Sus temas deben ser de gran importancia. Lo son, nada puede comparárseles: proclaman al Señor Jesucristo.
Este es el propósito de su llamamiento a. todos los hijos de los hombres: "Cree en el Señor Jesucristo y se­rás salvo". Confía en su sangre. No presentes otra cosa delante de Dios mas que su muerte expiatoria. Haz de su cruz tu única esperanza.
Lector, quizá tú no has encontrado nunca todo este Evangelio en la breve vida de Abel. Pero allí está. Abre su sentido conmigo; y hagámoslo en humilde oración, para que el Espíritu pueda enseñarnos según su gracia. Porque sin su ayuda, nadie verá al Señor.
Abel se presenta delante de nosotros con el noble carácter de uno cuyo espíritu se regocija en Dios su Salvador. Ésta es la característica prominente de este cua­dro. Escoge el primogénito de su rebaño. Lo presenta como ofrenda. Lo coloca sobre el altar. Levanta su cu­chillo. Y quita la vida, como una deuda debida, a Dios.
Ésta es su actitud y conducta. Pero, ¿qué le movió a prestar esta adoración? Debía tener algún gran propó­sito. Indaguemos.
¿Le había convencido la razón de que era pecador? ¿Comprendió por ello que su propia vida estaba perdida? ¿Albergaba la esperanza de que podría recobrarse dando otra vida en su lugar? Tuvo la idea de que una víctima sin mácula podía ser la liberación de un alma condenada? No podía ser eso. La ceguera del pecador no ve nunca el verdadero desierto que representa el pecado; mucho menos puede imaginar una propiciación a base de sangre. Dios tiene que hallarse en este pensamiento.
Mientras así indagamos, la Escritura levanta el velo y nos expone el principio que vivía en el alma de Abel. Era la fe. "Por fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más excelente que Caín" (Hebreos 11:4). Esto aclara la cues­tión. Porque fe es confianza en Dios y humilde dependen­cia de su Palabra. Dios habla; la fe escucha, cree y obe­dece. La fe es algo que se respira solamente en la atmós­fera de la Revelación. Se sostiene únicamente en la roca de las divinas promesas. Sólo tiene oídos para las nuevas celestiales. No sabe leer otra cosa aparte de lo que el dedo de Dios escribe. Siempre está presta para dar la razón decisiva: "E1 Señor lo ha dicho".
Estamos seguros, pues, de que toda vez que Abel ofreció su ofrenda con fe, estaba siguiendo las direcciones positivas de Dios. Somos conducidos así a vislumbrar muchos de los trabajos de su alma en este culto que rindió al Señor. No puede ser de otra manera: sus padres le hartan saber, en términos que traducirían su vergüenza, la enormidad de su caída. De ahí que supiera lo ocurrido, que supiera que él mismo era un hijo de ira y heredero de una naturaleza corrupta. Pero, ¿se detuvieron aquí sus padres? ¡Oh, no! En actitud de adoración agradecida, le contarían además que había sido prometido ei perdón y que un Redentor sería provisto, un Redentor plena­mente cualificado y poderoso para salvar, el cual ofre­cería su vida en expiación. Le enseñaría también que había sido ordenado un rito por Dios mismo y mediante el cual podría ejercer su fe y mantener viva la expecta­ción del Cordero salvador.
Esta era la Biblia de Abel. Así leía él las principales lecciones del Evangelio de la salvación. No vaciló en la incredulidad. Abrazó completamente la verdad para vida eterna. En el alba del mundo, vio el Sol de justicia.
Lector, ¿no acarrea esto mismo la condenación a las multitudes que, inmersas en el mismo resplandor de la luz, nunca consiguen la fe salvadora?
Obtengamos así una visión de la intimidad espiritual de Abel. Allí, en aquel altar, está este hombre humilde, con fe y amor.
Tiene pleno sentido de su nulidad. Se humilla en el polvo y la ceniza. Su actitud confiesa que se ve perdido v arruinado. Que es un pecador. Comprende que su remu­neración ha de ser la eterna ausencia de Dios. Se da cuen­ta de que no tiene poder en sí mismo para ayudarse.
Pero está lleno de fe. A1 no mirar más a sí mismo di­rige su vista a otro. Sabe que en los cielos de los cielos vive un Salvador listo para descender con sanidad en sus alas. En la sangre de su víctima ve una prenda segura de la sangre preparada atara limpiarle hasta los más íntimos pliegues de su alma.
Abel está lleno también de amor santificador. Porque ningún hombre puede confiar en gracia tan plena, tan inmerecida, tan necesaria, tan efectiva, sin sentir que al ser perdonado de tal modo de la perdición de se debe vivir una vida de sacrificio voluntario para su Dios misericordioso.
En aquel tiempo había alguien más al lado de Abel. Si bien un gran abismo los separaba. Era su hermano Caín. Él también había nacido con igual culpabilidad. Sin duda, compartía la misma instrucción paterna. En lo que res­pecta a ventajas externas no había diferencia. Pero, ¿era el mismo su carácter espiritual? En absoluto. La verdad que moldea al uno, solamente endurece al otro. Uno reci­be la bendición. El otro se abate bajo la maldición. Sus caminos para con Dios los ponen de manifiesto.
Es un panorama triste. Pero no debemos desviar nues­tra atención. Veamos cómo Caín se descubre a sí mismo. Parece que acude a Dios. Esto es bueno. Pero, ¿qué trae? "El fruto de la tierra". A primera vista, parece que todo está en regla. Pero el disfraz cae, y vemos las odiosas se­ñales que prueban que "era malvado".
Descubrimos el "yo" en la misma raíz de la religión de Caín. Dios ha ordenado la manera como tiene que ser invocado. Caín piensa que puede seguir un camino más de acuerdo con la majestad de los cielos y la dignidad del hombre. Coloca su mezquina razón por encima de los con­sejos del Omnipotente. Se aparta de la voluntad reve­lada para palpar en la oscuridad de sus propios planes.
¿No es éste un caso lamentable, lector? Sin embargo, es el engaño en que caen muchos. "Profesando ser sabios, se hicieron fatuos." El "yo", la voluntad propia del hombre, hace primeramente un dios, luego una religión y fi­nalmente cava una fosa para su propia destrucción.
Vemos en segundo lugar el orgullo de Caín. Así ha de ser, pues suele ser el primogénito de la razón no ilumi­nada. La creación ha hecho salir al hombre del polvo. El pecado lo convierte en el más vil polvo. Pero, aún así, sigue andando orgullosamente, lleno de vanagloria, hasta que la gracia abre sus ojos y lo vuelve al lugar más bajo de su propia natural humildad. Así ocurrió con Caín. No siente ni el pecado ni la necesidad de perdón. Por con­siguiente, con orgullo pisotea una ofrenda que le habla de la corrupción de la naturaleza. Altivo, no quiere la­varse en la sangre del Redentor, para purificarse. De modo que viene a ser el modelo de esta clase de personas que, en todo tiempo, dicen: "Somos ricos, no tenemos ne­cesidad de nada; y no saben que son unos miserables, unos pobres y ciegos y desnudos".
Había incredulidad también en la actitud de Caín. Dios había expuesto claramente la redención por Jesu­cristo. Había sido prometido por medio de promesas y tipos. ¿Qué más podía hacer? Pero Caín no cree. La in­credulidad cierra sus ojos; no desea mirar a Jesús. Cierra su mano, no quiere apoyarse en Él. Cierra su boca; no anhela clamar a Él. Cierra su corazón; no lo abrirá nun­ca a Él.
¿Os maravilláis de su locura? ¡Tened cuidado! La conciencia puede deciros: "Tú mismo eres este hombre".
El final se nos describe rápidamente. Lo malo se vuelve pronto peor. La incredulidad se desliza veloz por la pen­diente hasta llegar allí donde el Evangelio nunca es predi­cado y no hay esperanza. Dios alterca. Caín no se somete. Ve la justicia que es por la fe, solamente para odiarla más.
Mediante el asesinato de su propio hermano piadoso, bus­ca apagar la luz que todavía brilla sobre él. Se hunde en la desesperación. Y desde sus prisiones eternas clama: "Ve con cuidado y no rechaces el más excelente sacrifi­cio".
Lector, puede ser que, cuidadoso de muchas cosas, hayas sido sin embargo descuidado en lo que debería ser el principal cuidado del hombre. Escucha por unos mo­mentos. Te lo ruego. ¿No oyes una voz que te formula una pregunta basada en esta narración bíblica? Una voz que te dice: ¿Eres de Abel o de Caín? En términos más sencillos: ¿Recibes o rechazas al Señor Jesús? ¿Fíjate que digo al Señor Jesús. Viste es el punto importante. Él fue el fin del "más excelente sacrificio" que Abel trajo y que Caín desechó. Cristo es el Cordero señalado por Dios, aceptado por Dios y llevado hasta nuestra misma puerta por medio de nuestras Biblias.
¿Quién puede apreciar en todo su profundo valor, los poderosos motivos que impulsan al pecador para apropiar­se este sacrificio? Son más numerosos que ices momentos de la eternidad. Cada uno habla más alto que los truenos del Sinaí. Cada uno tiene clamor estremecedor, como la trompeta de Dios.
Considera solamente su poder real. Es éste: Salva eternamente a todas las almas de todos los pobres pecado­res que lo presentan a Dios por la fe. ¿No es preciosa tu alma? Más allá de todo pensamiento. Necesita redención de la ira y de la ruina. ¿Estás preparado cara ofrecer su valor equivalente? Imagínate que las balanzas de los cielos hicieran la prueba. ¿Qué podrías presentar como contrapartida en el otro platillo de la balanza? No tie­nes nada, lo que tienes es más ligero que la vanidad. Pon ahora el "más excelente sacrificio". Su valor está por encima de todo precio. Ofrécelo y eres salvo. ¿Serás como Caín y rechazarás "el más excelente sacrificio"?
Son muchos tus pecados. La arena del mar es poca en comparación. Pero cada uno de ellos ha de ser borra­do, o perecerás eternamente. Un pecado no perdonado no puede entrar en el Reino de los cielos. ¿Qué harás en­tonces? Una cosa es clara: No puedes hacer nada. No puede; deshacer el pasado. Pero he aquí "el sacrificio más excelente". Limpia de todo pecado. Por él, toda clase de pecados son perdonados a los hijos de los hombres. Torna lo escarlata tan blanco como la nieve, y lo mar­que sí como la blanca lana. Cambia lo más vi! en perfecta pureza. Sus méritos pueden hacerte a ti sin mácula. ¿Que­rrás ser tú como Caín y rechazar "el más excelente sa­crificio"?
Tú necesitas paz. Satanás aturde. La ley te condena. La conciencia te acusa. Tus heridas son profundas. Tus cargas pesadas. Tu memoria trae ante ti horribles espec­tros. El corazón se derrite. Andas taciturno y pesado. Te miras a ti mismo y te desesperas. Miras el mundo y se burla de tu problema. Buscas una reforma y resulta una cisterna rota. Vuelas hacia los actos externos de la reli­gión y son como cañas, te apoyas en ellas y te hieres las manos. ¡Cuán distinto es el "sacrificio más excelente"! Nos habla de que Dios está satisfecho, el pecado remitido, y todos los acusadores enmudecidos. Trae paz, perfecta paz, que sobrepasa todo entendimiento. ¿Serás como Caín y rechazarás el "más excelente sacrificio"?
Deseas santificación. Anhelas ser conformado a la imagen de Cristo. Esto está bien, porque es eterna ley de Dios que sin santidad nadie le verá. Pero la ¿santidad tan sólo puede aprenderse en ese altar. Es la visión del Cristo muriendo por nosotros lo que mata nuestra concupiscen­cia. Es la sombra de la cruz lo que hace temblar al enemi­go. Un amador de la iniquidad no puede morar en la gloria. Pero no hubo jamás un hombre santo que no vi­viese en la gloria, al apoyarse en "el más excelente sacri­ficio". Si deseas andar con Dios en verdadera justicia, no debes ser como Caín que rechazó "el sacrificio más excelente".
Pero recuerda que este sacrificio es único. Se realizó una sola vez. Jesús, por la ofrenda de sí mismo, hecha una sola vez, "perfeccionó para siempre a los santificados". Descuídalo, y no lo podrás hallar en ninguna otra parte. Descuídalo hoy, y tal vez mañana lo buscarás en vano. Escucha, pues, la voz de Abel que te llama sin descanso para que te apresures a acudir al altar de tu salvación.
Lector, no dejes estas líneas sin antes decir en verdad: Me gozo verdaderamente en el Señor Jesucristo, y Él es para mí "el más excelente sacrificio".

DICIPLINA EN LA IGLESIA





Disciplina bíblica en la iglesia - Mat. 18:15-17



Mat. 18:15-17
Considere tres avenidas de pensamiento en cuanto a este asunto:
Las personas que se han de disciplinar
El proceso de la disciplina
El propósito de la disciplina
Las personas que se han de disciplinarLa Biblia señala por lo menos cuatro categorías de personas que la iglesia ha de disciplinar.
La persona que comete un mal contra un hermano. (Mat. 18:15-17)
La persona culpable de inmoralidad. (1 Cor. 5:1, 13)
La persona que es culpable de conducta escandalosa. (2 Tes. 3:6)Este principio abarca una ancha escala de problemas de conducta que pudieran dañar la iglesia.
El entremetido en lo ajeno que no quiere trabajar. (2 Tes. 3:10, 11)
Aquellos que consistentemente desobedecen la Palabra. (2 Tes. 3:14)
Aquellos que son ociosos (1 Tes. 5:14)
El fornicario, el avaro, el idólatra, el maldiciente, el borracho, y el ladrón. (1 Cor. 5:11)
La persona que es culpable de herejía (1 Tim. 6:3-5; Tito 3:10, 11)
El proceso de la disciplinaLa Biblia nos instruye en cuanto al proceso de administrar la disciplina en la iglesia
La confrontación por el hermano perjudicado o por la primera persona que supo del problema. (Mat. 18:15; Gal. 6:1)
Si fracasa la confrontación privada, un testigo o testigos son llevados ante el perjudicador para confirmar el asunto o asistir en efectuar el arrepentimiento del perjudicador. (Mat. 18:16)
Si el perjudicador rehúsa arrepentirse, el asunto se presenta ante la iglesia congregada. (Mat. 18:17; 1 Tes. 5:14)
Si el perjudicador, siendo disciplinado, rechaza la reprimenda de la iglesia, se le debe ex comunicar de la comunión de la iglesia. (Mat. 18:17; 1 Cor. 5:4, 13; Tito 3:10; 2 Tes. 3:6-15)
El propósito de la disciplinaHay dos propósitos para la disciplina
Para el bien de la iglesia
Para proteger a la iglesia del contagio del pecado de la persona disciplinada. (1 Cor. 5:6)Si se le permite continuar en el pecado, puede tentar a otros en la iglesia.
Para proteger a la iglesia de las doctrinas falsas. (1 Tim. 3:15; Judas 3,4)
Para proveer una advertencia a otros (1 Tim. 5:20; Hch. 5:11)
Para proteger el testimonio de la iglesia
Para el bien de la persona disciplinada.
El propósito es la restauración (Heb. 12:5-11; Gal. 6:1)
o Ilustración: El fornicario de 1 Cor. 5, se arrepintió y fue restaurado a la comunión de la iglesia (2 Cor. 2:4-8)
El propósito es para salvarle de la muerte física, la cual vendría, como juicio, si continuara en su pecado (San. 5:19-20)

COMO TRAER PERSONAS A LA CASA DE DIOS



Cómo traer gente a la iglesia
Mateo 28:18-20
Recordemos el plan de Dios completo para su iglesia
o Hacer discípulos (mediante ganarlos para Cristo).
o Bautizarlos.
o Enseñarles la doctrina.
Lógicamente para bautizarlos, hay que traerlos a la iglesia
Así que la pregunta es: ¿Qué hacer para traer gente a la iglesia?
A continuación algunos consejos que pueden ser de gran ayuda
o Sin duda alguna lo más importante de todo es que hay que desearlo.
o Para traerlo, ponga el mismo interés y esfuerzo que hizo para ganarlo. Cuando ganamos a alguien, muchas veces creemos que ya hicimos todo.
o Recoja sus datos personales: nombre, dirección, teléfono, edad, fecha, y escriba algún detalle en especial, que le permita recordarse más tarde con quién habló específicamente (Ejemp: si es ateo, mormón, etc.)
o Sea entusiasta y dígale que ha tomado la decisión más importante del mundo. Preséntelo a otros ganadores de almas y felicítelo.
o Invítelo a venir lo más pronto posible. Cualquier culto es bueno. No espere fechas especiales o predicadores especiales.
o Explique en breve que es el deseo de Dios que asista a una iglesia.
o Sea entusiasta y háblele de que al venir a la iglesia no es como tradicionalmente se piensa: aburrido, desordenado, y gente rara.
o Si todo lo permite, pase por él o por ella, siendo fiel a su compromiso y recordando las reglas del trato con el sexo opuesto.
o Use de promociones para animar a gente a venir: Ayudar con pasajes, proveer de transporte, almuerzo, etc. Sin caer en soborno con ellos.
o El sábado por la noche ore por su invitado(a). El diablo tratará de impedir a toda costa que él venga.
o Acuérdese que es un bebé espiritual y va a necesitar que Ud. le brinde mucha ayuda y paciencia. No es falta de sinceridad en su decisión.
o No le ponga requisitos para venir a la iglesia:
o “No puedes ir con esa ropa...”
o “Tienes que dejar ese vicio...”
o “Te tienes que bautizar...” (no hablar de ello hasta que esté aquí)
o Si la persona le falla una vez no se desanime, vuelva a visitarlo e intente de nuevo, mientras Ud. vea interés en venir vuelva a hacerlo.