lunes, 4 de agosto de 2008

El 6° mandamiento

El Sexto Mandamiento
"No Matarás."
Mediante este mandamiento Dios prohibe quitarle la vida a otros y la de sí mismo. La vida es el máximo don de Dios y sólo El decide el plazo de la vida terrenal del hombre.
El suicidio es un pecado gravísimo. En él, además del homicidio están incluidos los pecados de la desesperación, la poca fe, la queja o murmuración contra Dios, y la impertinente rebelión contra la Providencia Divina. Más terrible aun es que el hombre que se quita la vida no puede arrepentirse de su pecado ya que después de la muerte, el arrepentimiento no es válido. Para no caer en la desesperación, se ha de recordar que los sufrimientos temporarios se nos envían para la salvación de nuestra alma. Todos los Santos alcanzaron el reino de los Cielos a través de sus padecimientos. La parábola del rico y Lázaro ilustra con claridad el significado de los sufrimientos terrenales (Lc. 16:14-31). Durante las pruebas es preciso recordar que Dios es infinitamente bueno, nunca nos enviará sufrimientos superiores a nuestras fuerzas y durante los padecimientos nos fortalecerá y nos consolará.
El hombre es también culpable de homicidio aún cuando no lo ejecuta personalmente sino cuando lo propicia o permite que lo hagan a otros. Por ejemplo, cuando un juez condena a un procesado conociendo su inocencia; Si alguien permite que se perpetre un asesinato a través de una orden, un consejo o el consentimiento; cuando se encubre a un asesino dándole así oportunidad para ejecutar otros crímenes; cualquier persona que no salva a su prójimo de la muerte pudiéndolo hacer; aquel que infligiendo crueles castigos o un trabajo excesivamente pesado acorta la vida de sus subordinados o el que por su desenfreno y diversos vicios destruye su propia salud. El hombre es culpable aún cuando mata a otro sin intención, ya que facilitó por un descuido el error. La Iglesia considera homicidio la interrupción de la gestación, y una serie de leyes eclesiásticas prevén estrictas sanciones a los culpables de este pecado (Ver la regla 2a. y 8a. de San Basilio el Grande; la regla 21a. del Concilio de Anquira y la regla 91a. del VI Concilio Ecuménico).
Refiriéndose al pecado de homicidio, nuestro Señor Jesucristo nos ordena desarraigar de nuestro corazón cualquier sentimiento de rencor y venganza, que son los que impulsan al hombre a cometer este pecado (Mt.5:21-23). Conforme a la doctrina del Evangelio "Cualquiera que aborrece a su hermano es homicida" (Jn. 3:15). Por lo tanto peca contra el sexto mandamiento aquel que experimenta odio y rencor hacia otros, desea la muerte de su prójimo, lo insulta provoca riñas o manifiesta de cualquier manera su enemistad.
Además del homicidio corporal existe otro, aún más terrible, que es el homicidio espiritual. Comete este pecado aquel que induce a su prójimo a no creer o llevar una vida licenciosa, ya que ambos estados representan la muerte espiritual (Stg.1:15). Dijo el Salvador; "Cualquiera que escandalizare a algunos de estos pequeños que creen en Mí, mejor le fuera que le colgasen del cuello una piedra de molino y que se le hundiese en lo profundo del mar. Ay de aquel hombre por el cual viene el escándalo!" (Mt.18:5-7).
Para combatir los sentimientos de rencor y venganza el Señor enseñaba a sus seguidores a amar a todos los hombres, incluso a los enemigos: "Mas Yo os digo: amad a vuestro enemigos, bendecid a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen para que seáis hijos de vuestros Padre que está en los cielos" (Mt.5:44-45).
Observación: como debe ser considerada la guerra y la pena de muerte para los criminales? Ni el Salvador ni sus apóstoles indicaban a las autoridades civiles como solucionar sus problemas sociales y de estado. La fe cristiana tiene por meta la transfiguración del corazón mismo del hombre y mientras el mal viva en los hombres, las guerras y los crímenes son irreversibles; a medida que los hombres sean más buenos disminuirán los crímenes y las guerras.
Sin lugar a dudas la guerra es un mal, sin embargo una guerra defensiva debe considerarse como un mal menor frente a la intromisión del enemigo en nuestro territorio y de todas las funestas consecuencias de una agresión armada. Las muertes en la guerra no son consideradas por la iglesia como pecados individuales cuando el guerrero marcha "para entregar su vida al prójimo." Entre los guerreros hay santos que fueron glorificados por sus milagros, como el gran Mártir Jorge, el piadosísimo príncipe San Alejandro Névski (del río Neva), San Teodoro el Estilista y muchos otros. La ejecución de los criminales es considerado un mal social y puede ser explicada por la necesidad de proteger a los ciudadanos de un mal mayor o sea asaltos, violaciones o asesinatos.
Con la prohibición de quitar la vida, la fe cristiana enseña a enfrentar serenamente la muerte cuando, por ejemplo, una enfermedad incurable aproxima al hombre a su umbral. Resulta incorrecto recurrir a medios heroicos para prolongar la vida de un moribundo; sería mejor ayudarle a reconciliarse con Dios y partir a la eternidad, donde todos volveremos a reencontrarnos.

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